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jueves, 21 de febrero de 2019

FORMACION PERTENECIENTE A LOS MESES DE ENERO Y FEBRERO

COMENTARIO DEL RECTOR MAYOR AL AGUINALDO 2019

«Para que mi alegría esté en vosotros» Jn 15,11
La Santidad también para ti


Mis queridos hermanos y hermanas, queridísima Familia Salesiana:

Continuando nuestra centenaria tradición, llego al encuentro con todos vosotros al inicio de este nuevo año 2019, en cualquier lugar del mundo salesiano, que forma nuestra Familia en más de 140 países.


Y lo hago con un tema que nos es muy familiar, ya que el título se encuentra literalmente en la exhortación apostólica del Papa Francisco sobre la llamada a la santidad en el mundo contemporáneo, 
Gaudete et Exsultate (GE) .

Al elegir este tema y este título, no pretendo más que traducir la llamada que hace el Papa Francisco a nuestro lenguaje y sensibilidad carismática, haciendo aquellos subrayados que son tan ‘nuestros’ en el marco de la espiritualidad salesiana, esa de la que participamos los 31 grupos de nuestra Familia como heredad carismática recibida del Espíritu Santo, por medio de nuestro amado Padre Don Bosco y que, sin duda, nos ayudará a vivir con la alegría profunda que nos viene del Señor: «
Para que mi alegría esté en vosotros» (Jn 15,11).

[Se nos está hablando de “sensibilidad carismática y espiritualidad salesiana”.
Se nos habla de 
una heredad carismática recibida del Espíritu Santo, por medio de Don Bosco.
Se nos está recordando que somos corresponsables, como tercera rama de la FASA, junto con SDB y FMA, del 
carisma heredado, y que hemos de vivirlo con nuestras peculiaridades.]

¿A quiénes dirijo estas palabras?
Puedo aseguraros, que quisiera que llegaran a todos.
Recojo la invitación que ha hecho el Papa a toda la Iglesia. Su exhortación no es un tratado sobre la santidad, sino una invitación, que lanza al mundo contemporáneo y a la Iglesia de modo particular, a vivir la vida como vocación y llamada a la santidad, pero una santidad encarnada en el hoy, en la realidad de cada uno, en el contexto actual.

Me hago eco de esta llamada siempre fascinante a la santidad porque el ‘hoy’ de la Iglesia nos lo pide. Al igual que yo, los últimos Rectores Mayores han tenido intervenciones muy significativas sobre la santidad salesiana y nuestros santos protectores.
Como en años anteriores pretendo, y me parece suficiente, que además de la lectura personal, se puedan aprovechar algunas líneas, indicaciones o pistas que sirvan como propuestas pastorales, según los contextos y situaciones de cada presencia en los más recónditos lugares de nuestro ‘mundo’ salesiano.
3C hávez , P. Acudamos a la experiencia espiritual de Don Bosco, para caminar en la santi- dad según nuestra vocación específica, ACG 417 (2014); C hávez , P. «Queridos Salesianos, ¡sed santos!», ACG 379 (2002); V ecchi , J. E. La beatificación del coadjutor Artémides Zatti: una novedad interpelante, ACG 376 (2001); Santidad y martirio al alba del tercer mile-
nio, ACG 368 (1999); V iganò , E. Don Bosco Santo, ACS 310 (1983); Recuperemos juntos nuestra santidad, ACS 303 (1982); R icceri , L. Don Rua, llamamiento a la santidad, ACS 263 (1971).


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I. DIOS LLAMA A TODOS A LA SANTIDAD
Me imagino que no pocas personas...habrán tenido la sensación de que esa palabra, santidad, resuena un poco extraña, ‘fuerte’ y desconocida en el lengua je del mundo contemporáneo. No es impensable que existan bloqueos culturales o también interpretaciones que tiendan a ver toda referencia a un camino de santidad como un espiritualismo alienante que evade de la realidad. O quizá, a lo sumo, se comprenda como una palabra aplicada y aplicable a quienes se venera, en imágenes, en los templos.
De ahí que el esfuerzo del Papa para mostrar la perenne actualidad de la santidad cristiana — llamada que viene del mismo Dios en su Palabra—, se pueda proponer como meta para cada persona en su camino de vida; y es digno de admiración y hasta ‘atrevido’. Dios mismo «nos quiere santos y no se espera que nos contentemos con una existencia mediocre, aguada, inconsistente» (GE 1).
...Papa Francisco, es la fuerza y la determinación con la cual afirma que la santidad es una llamada para todos, no solo para unos pocos, ya que corresponde al proyecto fundamental de Dios para nosotros, y le pertenece a la gente común, a la gente que llevamos una vida cotidiana ordinaria, hecha de cosas simples, propias de la vida de la gente común.

...se trata de un modo ordinario de vivir la existencia cristiana ordinaria, una manera de vivir la vida cristiana encarnada en el contexto de hoy con los riesgos, los desafíos y las oportunidades que Dios nos ofrece en el camino de la vida.

La Sagrada Escritura nos invita a ser santos: «sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48), y «santificaos y sed santos, pues yo, el Señor, soy santo» (Lev 11,44).
...Por lo tanto, todos y cada uno estamos llamados a la santidad, que no es sino una vida plena y lograda, según el proyecto de Dios y en total comunión con Él y con los hermanos.
No es una perfección reservada a unos pocos; es una llamada para todos. Algo infinitamente precioso, lo que no significa algo raro o extraño: es vocación común a todos los creyentes, hermoso ofrecimiento de Dios a cada hombre y a cada mujer.

No es un camino de falsa espiritualidad, que aleja de la plenitud de la vida; es plenitud de la naturaleza humana, perfeccionada por la gracia. La vida en abundancia, como la promete Jesús. No es una característica que impone uniformidad, que banaliza, o que expresa rigidez; es, por el contrario, respuesta al soplo siempre nuevo del Espíritu, quien crea comunión valorizando las diferencias, puesto que es el Espíritu Santo que «se halla en el origen de los nobles ideales y de las iniciativas de bien de la humanidad en camino».

No se trata de un conjunto de valores aceptados en abstracto y actuados de manera formal; es, por el contrario, armonía de virtudes que encarnan estos valores en la vida.

No es solamente capacidad de rechazar el mal y de adherir al bien; es la actitud constante, disponible y gozosa de vivir bien el bien.


No es una meta que se alcanza en un instante; es un camino progresivo, según la paciencia y la benevolencia de Dios, que interpelan la libertad y el compromiso personal.
No es una actitud de exclusión de aquel que es diferente.


En definitiva, santidad es la vida según las bienaventuranzas, para llegar a ser sal y luz del mundo; es camino de profunda humanización, como lo es toda auténtica experiencia espiritual. Por eso llegar a ser santos no exigirá alienarse de sí mismo o alejarse de los propios hermanos, sino más
bien vivir una vida intensa con decisión y riqueza de humanidad, y una experiencia de comunión (a veces cansadora) en las relaciones con los otros.
«Hacerse santos» es, para un cristiano, el compromiso primero y más urgente
...
Para cada uno de nosotros hoy, este proyecto de Dios es, ‘sencillamente’, la plenitud de la vida cristiana, que se mide por la estatura que Cristo alcanza en nosotros y por el grado como, con la Gracia del Espíritu Santo, vamos modelando nuestra vida según la de Jesús el Señor. No significa, por tanto, realizar cosas extraordinarias, sino vivir unido al Señor, haciendo nuestras sus actitudes, sus pensamientos y comportamientos. De hecho, también comulgar en la Eucaristía significa expresar y testimoniar que queremos hacer nuestro su estilo, su modo de vivir y su misma misión.


El mismo Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Iglesia, se expresa decididamente acerca de la llamada universal a la santidad afirmando que nadie está excluido de ella: «Una misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y ocupaciones, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios [...] siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, a fin de merecer ser hechos partícipes de su gloria» (LG 41).
“La santidad en la puerta de al lado”
...
Don Bosco tuvo como mamá y primera maestra a Margarita Occhiena, una simple campesina sin estudio alguno, menos aún teológicos, pero con la inteligencia del corazón y la obediencia de la fe.

...
La presencia de estas personas simples y determinantes, de estos «santos de la puerta de al lado» (GE 7) —como los llama Papa Francisco—, nos recuerda que en la vida lo importante es vivir la santidad, no tanto llegar a ser reconocidos como tales, algún día. Además, nos hace pensar que los mismos santos canonizados beben de la santidad humilde del pueblo de Dios: la gloria de los primeros es, al mismo tiempo, gloria para los otros en una profunda comunión.

Y vivir la santidad es la experiencia de ser precedidos y salvados por el amor de Dios y de aprender a corresponder a este amor fiel. Es la responsabilidad de responder a un don grande.
...
Francisco de Sales, en su espléndida obra Introducción a la vida devota escribe: «Dios, en el acto de la creación, mandó que cada planta diese fruto según su especie (Gén 1,11-12); de igual modo se ordena a los cristianos, plantas vivas de su Iglesia, que produzcan frutos de devoción según su propia calidad y carácter. La devoción debe ser practicada de forma diferente por el caballero, por el artesano, por el criado, por el príncipe, por la viuda, por la doncella, por la casada; y no solo esto, hay que acomodar también su práctica con las fuerzas, las ocupaciones y los deberes de cada estado (...) Dondequiera que nos encontremos, podemos y debemos aspirar a la vida perfecta».

La historia de la Iglesia está muy marcada por innumerables mujeres y hombres que, con su fe, con su caridad y con su propia vida han sido como faros que han iluminado y siguen iluminando a muchas generaciones a lo largo de los años, incluso de los siglos. Ellos on testimonio vivo de cómo la fuerza del Resucitado ha llegado en sus vidas hasta el punto al que llegó san Pablo, afirmando (muchas veces sin expresarlo): «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gál, 2,20), y lo han plasmado unas veces con la heroicidad de sus virtudes, otras hasta con el sacrificio de la propia vida en el martirio, y otras «en el ofrecer la propia vida por los otros, mantenida así hasta la muerte» (GE 5). Pero existe también esa santidad anónima, esa que no llegará nunca a los altares, esa que es seguramente la expresión de una vida no perfecta, pero que, en medio de las imperfecciones y las
caídas, ha seguido adelante y ha agradado al Señor (Cf. GE 3). Es la santidad de la propia madre, de una abuela o de otras personas cercanas; la santidad de la pareja que hace un hermoso camino de crecimiento en su amor; de esos padres que crecen, maduran y se donan generosamente a sus hijos, a menudo con sacrificios que nunca se sabrán. Hombres y mujeres, nos recuerda el Papa, que trabajan duramente para llevar el pan a casa; enfermos que viven su enfermedad con paz y en espíritu de fe y comunión con el Jesús doliente; religiosas ya ancianas, con una vida donada, desgastada, que conservan la sonrisa y la esperanza...
...
Lo expresó también muy bellamente el Papa Benedicto XVI dando su propio testimonio con estas palabras: «Quiero añadir que para mí no solo algunos grandes santos, a los que amo y conozco bien, son señales de tráfico, señales en el camino, sino también los santos sencillos, es decir, las personas buenas que veo en mi vida, que nunca serán canonizadas. Son personas normales, por decirlo de alguna manera, sin un heroísmo visible, pero en su bondad de todos los días veo la verdad de la fe» ...
El mismo Papa Benedicto, en una expresión que me parece preciosa y que podría resumir magníficamente el mensaje de este Aguinaldo, dice: «
Queridos amigos, ¡qué grande y bella, y también sencilla, es la vocación cristiana vista con esta luz! Todos estamos llamados a la santidad: es la medida de la vida cristiana»
María de Nazaret: una luz única en el camino de santidad
[Este apartado lo comentaremos en el mes de mayo]
Con sensibilidad salesiana...
[
Lectura personal y compartida en grupo]I. JESÚS Y LA FELICIDAD

Se propone la santidad para todo cristiano porque esta es plenitud de vida y sinónimo de felicidad, de bienaventuranza, felicidad que como cristianos encontramos, en el seguimiento de JESUCRISTO.
Las palabras que siguen a continuación están dirigidas a los jóvenes, y son para ellos, pero bien sabemos que esta ‘santidad también para ti’ nos envuelve a todos: jóvenes, educadores, padres y madres, laicas y laicos consagrados, religiosas, religiosos, presbíteros. Son palabras que alcanzan, en definitiva, a todos y a cada uno de los miembros de nuestra familia salesiana, por lo que todos nos hemos de sentir incluidos y, naturalmente, llega a todo el Pueblo de Dios. Son hermosos los mensajes que, con fuerte convicción, el Papa san Juan Pablo II, el Papa Benedicto XVI, y el Papa Francisco han hecho llegar a los jóvenes. Solo recogeré una pequeña muestra, si bien en todos ellos se pide a los jóvenes que se arriesguen ante el desafío de aceptar a Jesús como garantía de su felicidad.

Esta ha sido la propuesta hecha por san Juan Pablo II al decirles a los jóvenes de todo el mundo: «En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, la voluntad de seguir un ideal, el rechazo a dejaros atrapar por la mediocridad, la valentía
de comprometeros con humildad y perseverancia para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna».

No menos explícito es el Papa Benedicto XVI cuando dice a los jóvenes: «Queridos jóvenes, la felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho de saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesúsde Nazaret, oculto en la Eucaristía [...]. Estad plenamente convencidos: Cristo no quita nada de lo que hay de hermoso y grande en vosotros, sino que lleva todo a la perfección para la gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo [...]. Dejaos sorprender por Cristo. Dadle el «derecho a hablaros».

Y el Papa Francisco plantea a los jóvenes que la felicidad no es negociable, no admite bajar las expectativas a niveles que al final no la garantizan de modo estable y sólido sino como algo que se puede consumir en pequeñas dosis, que igual que viene se va y que por supuesto no es la felicidad verdadera ni el camino humano de plena realización: «Vuestra felicidad no tiene precio y no se negocia; no es un app que se descarga en el teléfono móvil».

Don Bosco quiere que sus jóvenes sean felices en el tiempo y en la eternidad.
Al comienzo de su Carta de Roma, del 10 de mayo de 1884, Don Bosco escribió a sus jóvenes: «Uno solo es mi deseo, el de verlos felices en el tiempo y en la eternidad».

Al término de su vida terrena, estas palabras condensan el corazón de su mensaje a los jóvenes de todas las épocas y del mundo entero. Ser felices, como meta soñada por cada joven, hoy, mañana, a lo largo del tiempo. Pero no solo. En la eternidad está ese plus que solo Jesús y su propuesta de felicidad la santidad precisamente sabe ofrecer. Es la respuesta a la sed profunda del ‘para siempre’ que arde en el corazón de cada joven.

El mundo, las diversas sociedades no son capaces de proponer ese ‘para siempre’ ni la felicidad eterna. Dios, sí.

En Don Bosco todo esto estaba clarísimo y sembraba en sus muchachos el fuerte deseo de llegar a ser santos, vivir para Dios y alcanzar el paraíso: «Encaminó a los jóvenes por la senda de la santidad sencilla, serena y alegre, uniendo en una sola experiencia vital el patio, el estudio serio y un constante sentido del deber».
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